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Relación entre comer mal y nuestras enfermedades (I)

El desarrollo ha traído como consecuencia un cambio de hábitos en lo que respecta a la nutrición. 

Estos se han relacionado con la aparición de un gran número de enfermedades y su incremento de casos.

El hombre dejó de comer fibras y comenzó a comer azúcar y harinas refinadas, empezó a incorporar altas dosis de hidratos de carbono simples de escaso valor nutritivo y alto poder glucogénico, precipitando incrementos desmesurados de glucosa en sangre y depósitos de glucógeno y colesterol en diferentes partes del cuerpo, no todas ellas aptas como reserva energética.

Lo cierto es que de un número bajo de enfermedades cardiovasculares, se ha pasado a un elevado número que ubica al fenómeno entre las principales causas de muerte en los países desarrollados, detrás de los accidentes de tránsito y muy cerca con el cáncer en general.



Se afirma que la mitad de la población padece sobrepeso y esto es precisamente un defecto que se comparte con todo el mundo civilizado y que se viene expandiendo de manera alarmante pero silenciosa, debido fundamentalmente por los progresivos cambios que se vienen generando en las costumbres alimentarías.

El factor hereditario con que se quiere minimizar y desplazar el problema hacia otro plano más complicado de estudio no puede explicar la altísima incidencia de la obesidad.

Hay dolencias que podrían evitarse con una buena alimentación y que no son menores: ciertos tipos de cáncer, enfermedades producidas por obstrucciones arteriales, algunas formas de diabetes, hemorroides, divertículos intestinales, hipertensión arterial, y muchas otras.

¿Qué hace el refinamiento de los carbohidratos?

Simplemente separa a las proteínas y las elimina: al extraerse el azúcar de la remolacha se elimina el 100% de la proteína; al molerse el trigo entero se pierde el 11,2% de las proteínas originales; en el procesamiento del arroz se elimina el 30% de la proteína y al pelarse y hervirse las papas se pierde hasta el 16% de las proteínas.

La Acción Dinámica Específica (ADE) es el aumento de calor producido por el gasto de energía que se produce por el sólo hecho de comer, digerir y absorber cada alimento. Depende de: cantidad de alimento ingerido, metabolismo basal y estado nutricional del individuo.

La ADE es menor si se mezclan los alimentos y menor aún si el alimento no tiene fibra. Cuanto mayor sea la ADE mayor será la producción de calor y el gasto energético en absorber ese alimento y por lo tanto se perderán muchas calorías que bajo otra forma del alimento el organismo las ganaría en peso. Los alimentos ricos en fibra tienen una alta ADE.

Volver al pasado

Antiguamente se comía con naturalidad, sin refinamiento y ello permitía incorporar todos los elementos nutritivos necesarios, acompañados con su respectiva cubierta de fibra.
Esta fibra, que durante muchos años se discutió su valor nutritivo, terminó siendo expulsada de las dietas con el adjetivo calificativo de “inútil como nutriente”.

El refinamiento industrial se encargó de sellar su tumba y durante muchas generaciones se dejó de discutir acerca de su existencia. Se omitió, por desconocimiento, el valor de la fibra en el correcto funcionamiento del tubo digestivo y su necesaria participación para mantener el equilibrio entre la absorción y eliminación de las calorías y nutrientes necesarias para una adecuada alimentación.

 Sin fibra evidentemente nuestra exposición a absorber todas las calorías de los alimentos es total y ello es equivalente a practicar el sedentarismo como deporte favorito.

Imaginemos una cocina tradicional de una casa cualquiera, allí se hierven papas, se fríen aceites, se calientan caldos y se sirven porciones de diversos postres, té y café.

Después de comer queda un típico desorden y un sinfín de elementos pegoteados por las grasas y el hollín de la cocción, que deberán ser limpiados con elementos adecuados para volver a utilizarlos más tarde o al otro día, y así sucesivamente.

Si así no lo hiciéramos, la grasitud pegada nos haría más difícil cada día volver a preparar los alimentos con igual calidad de sabor y condiciones que la primera vez.

Esto mismo que hemos imaginado ocurre con nuestro organismo cuando comemos mal, cuando no ingerimos una adecuada cantidad de agua, de fibra, de minerales y de elementos esenciales; cuando nuestra dieta diaria es rica en grasas, carnes rojas, cremas, dulces, azúcar y harinas refinadas. En estas condiciones nuestro organismo comienza a modificar su estructura y su funcionamiento.

Ya desde bebés comenzamos a incorporar harinas refinadas desprovistas de fibra, dulces a granel y a absorber hidratos simples a mansalva, que solo incrementan la glucemia y fuerzan al metabolismo a depositar grasas.

Hay enfermedades que llevan muchos años de presencia y su crecimiento pudo haberse evitado; entre ellas la diabetes del adulto, la diverticulosis intestinal, los pólipos intestinales, las várices de los miembros inferiores, la constipación, los cálculos biliares, la úlcera péptica y las enfermedades cardiovasculares en general y en particular la arterioesclerosis.

Si consultáramos a diversos especialistas seguramente cada uno tendría muchas explicaciones técnicas que nos dejarían asombrados y hablarían muy bien de los avances de la ciencia, pero probablemente pocos de ellos mencionarían al denominador común que las transforma en enfermedades de condicionamiento nutricional: el mal hábito alimentario.

Algunos ejemplos para tener en cuenta

La diverticulosis intestinal es una enfermedad que afecta a hombres y mujeres después de los 45 años y que lleva, cuando se la diagnostica, en general, 30 años de evolución.

La materia fecal, dura y sin fibra tiene una escasa progresión en el intestino y cuando llega al colon (intestino grueso), éste se dilata por la fuerza que debe hacer para propulsarla y se va afinando y provocando dilataciones que dan origen a los divertículos.

Esos divertículos si se infectan, se transforman en un cuadro agudo llamado diverticulitis, que se confunde con una variedad de cuadros abdominales agudos y que muchas veces termina en una operación. Esta enfermedad diverticular es una constante preocupación para los gastroenterólogos que, cuando comienzan a tratarla, su principal objetivo es que no se perfore o empeore con otra complicación y termine en una resección de intestino.

Hoy se sabe que las fibras, dadas en su medida apropiada, pueden evitar la progresión de la enfermedad y que si la ingesta hubiera sido adecuada desde la infancia, la misma no se hubiera desarrollado.

Las várices de los miembros inferiores y de la pelvis (éstas últimas no se ven pero, en la mujer especialmente, pueden provocar un síndrome típico llamado enfermedad inflamatoria ginecológica pelviana, que es confundida habitualmente con otros cuadros) son una constante de consulta en los consultorios de variados especialistas.

Se ha visto que no hay incidencia de várices en las tribus de indios que comen fibras y que tampoco es una patología prevalente en las personas que se alimentan con abundante fibra.

Esto tiene una explicación muy simple: la dieta occidental es muy constipante como ya se dijo al hablar de divertículos, la materia fecal sin fibra llega al intestino grueso deshidratada y dura, lo cual enlentece el tránsito y provoca un enorme esfuerzo en el colon.



La impactación de la materia fecal permanece durante largo tiempo comprimiendo estructuras vecinas al intestino, en especial los vasos sanguíneos de la pelvis que son los que recogen el retorno venoso de las piernas y de los genitales externos e internos.

Este hecho produce diversos trastornos y lleva en el tiempo a la formación de dilataciones venosas conocidas vulgarmente como várices, fundamentalmente por enlentecimiento de la circulación venosa.

Pese a que hasta en los libros de medicina se habla de materia fecal normal a aquella que es moldeada y formada por el colon descendente; hoy sabemos que la materia fecal debe ser blanda y expulsada sin dificultad cada 24 horas como mínimo, para que el tránsito intestinal esté adaptado a las condiciones generales de la alimentación y el metabolismo.

La constipación es en sí misma una verdadera patología ya que genera innumerables trastornos psíquicos y físicos, algunos de los cuáles ya se detallaron. Pensemos un momento en el negocio multimillonario de los laxantes y digamos también que los mismos generan lesiones muchas veces irreparables en el tracto digestivo.

La enfermedad coronaria es otro de los padecimientos de nuestro tiempo que tiene que ver mucho con la alimentación. El corazón, como cualquier órgano vital, requiere del aporte nutricional que le derivan las arterias que lo irrigan; si éstas se obstruyen por depósitos de colesterol se produce la enfermedad coronaria, causante de la muerte súbita y del infarto de miocardio.

Si hace 100 años se hubiera conocido lo que hoy se sabe respecto de las fibras alimentarías, seguramente no se hubiesen inventado las refinerías.

Fuente: alimentacion sana

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