Provocan migrañas, vértigos, eccemas. Si se rompe una de estas lámparas, el polvo es altamente tóxico.
Un informe del Ministerio de Medio Ambiente británico genera alarma
Cuidado! No es luz todo lo que reluce. Antes de cambiar una bombilla incandescente -la de toda la vida- por otra más moderna y de bajo consumo, lea este reportaje.
Usted decide. Cierto que la nueva le durará hasta 10 veces más y que gastará un 80% menos de electricidad. Su bolsillo y el medioambiente se lo agradecerán.
Pero en cambio su salud podría estar en precario.
Ya sólo sus nombres asustan: migrañas, vértigos, eccemas... Riesgos potenciales que, según expertos, entrarían en nuestros hogares con el simple (¿y ecológico?) gesto de reemplazar las bombillas tradicionales por las ahorradoras (conocidas como Lámparas Compactas Fluorescentes, CFL en inglés), cada vez más de moda en el mercado.
Tan peligrosas serían las nuevas -contienen mercurio- que, en caso de rotura, lo más sensato sería desalojar el lugar al menos durante 15 minutos.
Tampoco es recomendable recoger los restos con aspiradora ya que podría inhalarse el polvo contaminado con el tóxico. Ahí no queda la cosa.
Por si fuera poco, la luz de estas bombillas (más intensa que la que emiten las lámparas de hilo convencionales) podría desencadenar migrañas y eccemas en personas con la piel fotosensible.
Sin embargo, nada se advierte al consumidor en los embalajes de estas luces.
Sin embargo, nada se advierte al consumidor en los embalajes de estas luces.
ASÍ NOS AFECTARÍA.
1) La luz de la bombilla llega a los receptores lumínicos del cerebro.
2) Si es mucha la intensidad, las neuronas envían impulsos a varias zonas.
3) La presión sanguínea aumenta e irradia dolor a la parte lateral y frontal de la cabeza.
Quién iba a sospechar hasta hace una semana -cuando el propio Ministerio de Medio Ambiente de Reino Unido lanzaba la alarma a través de un polémico informe, tras un año promoviendo el uso generalizado de las CFL- que esas bombillas convertidas en iconos populares de la lucha contra el cambio climático (si ahorran electricidad, las centrales producen menos y contaminan menos), en la práctica no serían tan sanas para la gente como en realidad lo son para el ecosistema del planeta.
«Ya se ve a muchas personas que apenas pueden tolerar, no sin problemas de piel o con dolores de cabeza, la iluminación con bombillas de bajo consumo que se está utilizando masivamente en escuelas y oficinas», denunciaba estos días en Radio 4 de la BBC el portavoz de la Fundación Dermatológica Británica, John Hawk.
«Este tipo de iluminación emite radiaciones electromagnéticas que, como es lógico, pueden llegar a alterar determinadas proteínas de la piel y producir así una reacción alérgica, lo que se llama fotosensibilidad», explica el doctor Julián Conejo-Mir.
«No se puede descartar, por tanto, que aparezcan eccemas en la piel. Dependerá, en cualquier caso, del número de horas de exposición, de cada persona y de la distancia a la que se encuentre de la bombilla», añade el presidente de la Academia Española de Dermatología.
¿Estamos seguros en nuestras casas? Parecidos son los temores que suscitan los compuestos de las alfombras, sofás o televisores, fabricados con los llamados retardantes bromados del fuego, que se usan para reducir el riesgo de incendio.
O los detergentes. O los mata cucarachas.
Todos los días estamos expuestos a un sinfín de productos (según la Unión Europea hay en circulación unas 200.000 sustancias químicas legales) que nos penetran por la nariz, la boca, la piel, los ojos...
La respuesta de las compañías al controvertido e inesperado estudio británico ha sido hasta ahora el silencio. Desde la sucursal de Osram en España, firma alemana líder en la fabricación de lámparas de bajo consumo, los ecos que llegan a Crónica son de escepticismo e incredulidad.
«Nos ha cogido de sorpresa. Es una exageración que no tiene base científica alguna. Estamos a la espera de lo que nos digan los jefes en Alemania. Se está estudiando», es toda la explicación que da una empleada de la multinacional.
Todas estas circunstancias arrojan más sombras que luces sobre los planes gubernamentales encaminados a sustituir las lámparas de toda la vida por las de ahorro. En toda la Unión Europea, donde se estima que hay unos 3.600 millones de bombillas antiguas (aún se siguen vendiendo 2.000 millones cada año), podrían ocasionar un apagón de los planes.
De hecho, se pretende que para 2010-2015 la mayoría de los países, especialmente aquéllos que más electricidad consumen, haya terminado la reconversión lumínica puesta en marcha por la Comisión de la Energía de la Unión.
España, a través del Ministerio de Medio Ambiente que pilota Cristina Narbona, ha hecho del cambio de bombillas una de sus banderas verdes y fijado 2011 como fecha de su implantación en los hogares y centros de trabajo.
A la idea se han sumado ya varias ciudades españolas como Pamplona, Badajoz o Elgoibar, donde el Ente Vasco de Energía ha repartido 500 lotes compuestos por una bombilla de bajo consumo y diferentes guías con pautas para lograr el máximo ahorro energético en las casas.
Igual camino está previsto que recorra Madrid, próximamente, con la sustitución paulatina del alumbrado público (ya se hizo en esta Navidad con buena parte de las luces decorativas), y una campaña destinada a promover el uso doméstico e industrial de las nuevas bombillas.
¿Deberíamos tener miedo? Laura Hortelano, al menos, sí. «Tengo en casa lámparas de bajo consumo y padezco migrañas», dice a Crónica esta ciudadana, temerosa de las conclusiones que arroja el estudio británico. Nada extraño, sin embargo, para el neurólogo José Carlos Alvarez, del hospital Ramón y Cajal de Madrid:
«Es cierto, hay personas con jaqueca que cuentan que la luz puede desencadenarles un episodio de migraña. Habrá que estar atentos». Y tanto
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