La ansiedad conduce, en muchas ocasiones, a comer de forma compulsiva o, por el contrario, no probar bocado.
Ahora existen terapias en las que, mediante la canalización de las emociones, unido a una correcta educación nutricional, es posible mejorar patologías como la gastritis, la úlcera o el colon irritable.
Ahora existen terapias en las que, mediante la canalización de las emociones, unido a una correcta educación nutricional, es posible mejorar patologías como la gastritis, la úlcera o el colon irritable.
El estilo de vida actual en el que las prisas y los nervios están a la orden del día ha propiciado que muchas personas hayan padecido, en algún momento de su vida, alteraciones digestivas.
Lo que popularmente se conoce como «tener un nudo en el estómago» supone el caballo de batalla de miles de personas a las que las tensiones se reflejan en forma de un trastorno conocido como estrés digestivo. Aunque esta situación no reviste gravedad, si se repite con frecuencia puede mermar la calidad de vida de los afectados.
Para el doctor Emilio Jesús De la Morena Madrigal, jefe de Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Sanitas La Zarzuela en Madrid, «el estrés y la ansiedad son causas bien conocidas de síntomas digestivos. Cuando la localización de los síntomas es alta (dolor por encima del ombligo, ardor estomacal o digestiones pesadas) y no existe una causa orgánica que lo justifique o una repercusión anatómica de los mismos hablamos de dispepsia no ulcerosa.
Si los síntomas son de localización baja (dolor por debajo del ombligo, distensión, estreñimiento o diarrea) hablamos de un síndrome de intestino irritable. Coloquialmente podríamos decir que el segmento del tubo digestivo afectado es normal, pero no funciona bien».
En la actualidad existe el Programa de Reducción de Estrés Digestivo (PRED) que fue diseñado e impartido a pacientes desde hace más de veinte años en la «UMass Medical School» de la Universidad de Massachussetts en Estados Unidos para acabar con los problemas digestivos provocados por el estrés y la ansiedad.
Según la doctora Alejandra Vallejo Nájera, psicóloga del Centro Médico-Qurúrgico de Enfermedades Digestivas y que imparte este tipo de terapia, «el programa ayuda a tomar conciencia de la forma en que la persona ingiere alimentos y se le enseña a comer de una forma más saludable: saborear, masticar y comer para alimentarse, no para anestesiarse. Los pacientes aprenden a tomarse el tiempo necesario para permanecer sentados y disfrutar sin que la mente vuele hacia el pasado o anticipe los que queda por hacer».
Durante las sesiones, se aprende a menejar cuatro técnicas básicas como control respiratorio y coherencia cardíaca, relajación muscular, formación y entrenamiento del pensamiento y observación consciente de la rutina alimentaria. Además, es posible, mejorar, en un periodo de dos semanas, patologías como «gastritis, úlcera, colon irritable, estreñimiento, gases y náuseas, entre otros», sostiene Vallejo-Nájera.
Con moderación
Aunque la doctora Juana Morillas, profesora del departamento de Tecnología de la Alimentación y Nutrición de la Universidad Católica San Antonio de Murcia, afirma que «no existen alimentos que puedan prevenir ni curar el estrés ni la ansiedad», sí que es cierto que, «en general, los lácteos, el azúcar, las grasas saturadas y las harinas de trigo resultan más nocivos.
De todas formas, no es tan malo lo que se come, sino el modo apresurado sin apenas masticar y la ingesta en cantidades mayores de las que el organismo necesita como comer sin hambre», matiza Vallejo-Nájera. Por ello, De la Morena sostiene que «el paciente debe siempre escuchar a su tubo digestivo tanto como a su médico y restringir la ingesta de los alimentos que claramente desencadenan o exacerban sus síntomas.
Es muy importante la higiene dietética con un horario rígido de comidas frecuentes, cada tres horas, y poco voluminosas para evitar que el estómago permanezca vacío durante mucho tiempo. El alcohol, el tabaco y los alimentos grasos suelen empeorar la sintomatología».
Ante esta situación, el organismo responde, según Morillas, «con una serie de modificaciones neuroendocrinas que incluyen la liberación de las llamadas hormonas del estrés, adrenalina y noradrenalina, que conllevan un incremento del catabolismo, es decir, estas hormonas hacen que los nutrientes disponibles en nuestro organismo se quemen para producir energía, respondiendo a la demanda energética que genera el estrés».
Perder el control
Sin embargo, existen muchas personas a las que la ansiedad les conduce a comer de forma compulsiva y la explicación se halla, continúa la experta, en que «como aumenta el catabolismo, disminuyen las concentraciones de nutrientes en la circulación sanguínea y el cerebro recibe información de ello por lo que esa persona tiene sensación de hambre y como no la controla se traduce en un ataque al frigorífico con predominio de alimentos energéticos».
Para afrontar los momentos de tentación, «conviene tirar de alimentos de baja densidad energética como fruta, zanahorias o infusiones. El chocolate que, efectivamente, genera moléculas muy similares a las endorfinas u hormonas de la felicidad, nos cobra un peaje nada desdeñable ya que, junto a la feniletilamina, también proporciona al organismo una gran cantidad de grasas y azúcares que si no lo quemamos con el ejercicio físico, provocará un aumento de peso», advierte Morillas.
Por ello, Vallejo-Nájera insiste en que «el simple hecho de comer con una atención plena y deliberada hace que la persona disfrute más comiendo y lo importante es enseñar a la persona a identificar la emoción de la que se está intentando anestesiar o que le resulta intragable».
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